Desde que empecé a cubrir baloncesto he sido crítico con todas las direcciones de turno. Lo fui con la de José “Pepe” Ramírez —con quien inicié— y lo he sido con la actual. He cuestionado sistemas de juego, preparación táctica, lecturas ante el contrario y cualquier detalle que afectara el rendimiento. La crítica ha estado ahí siempre, y seguirá estando.
Ahora bien: hay momentos donde la responsabilidad del desastre no pasa por el entrenador. Y esta es una de esas situaciones.
Onel Planas no es santo de mi devoción. Lo he dicho mil veces: no creo que sea el entrenador ideal para una selección nacional. Pero también hay que reconocer la verdad cuando toca. Con Planas al mando, Cuba ha logrado algunos de los resultados más dignos de los últimos años, trabajando con un grupo de jugadores que, sin exagerar, ha sido de lo mejor que hemos tenido en una década.
Pero Planas no es mago.
Le ha tocado lidiar con obstáculos extradeportivos que ningún entrenador debería cargar: problemas logísticos, papeleo, decisiones incomprensibles, jugadores retenidos, plantillas incompletas y un nivel de improvisación que no existe en ningún programa serio de baloncesto. Esa factura la paga el equipo en la cancha.
Si hay alguien que no merece quedar bajo las ruedas ahora mismo, es el cuerpo técnico. Es más, este cuerpo técnico merece continuar. Están trabajando con una plantilla limitada, golpeada y que nunca llega completa a competir. Así es imposible sacarle el rendimiento que todos sabemos que este grupo tiene.
Criticar al entrenador es parte del juego. Pero hay veces donde la culpa viene de mucho más arriba.
Y esta vez, es una de esas.

