Imagina nacer en Sombor, Serbia, en el pleno apogeo de las Guerras de los Balcanes, que tu entretenimiento sea picar un balón naranja con el cual evadas los insultos por tu cuerpo, llegar a la NBA tras ser drafteado durante el comercial de unos Taco Bell “Quesarito”, ser galardonado dos veces como el mejor jugador de baloncesto en la liga más competitiva del mundo y llevar a tu equipo por primera vez a unas finales. Sí, eres Nikola Jokic por un momento.
Vistes trajes cuando todos llevan la última colección de invierno o primavera, haces bromas, te dan pereza las redes sociales y llevas el anillo de bodas atado a tus zapatos. Eres un tipo normal, pero no lo eres. Llevas a cuestas a la ciudad de la Milla Alta, en las calles de Denver te gritan: MVP, tráelo (el primer anillo) y no puedes evitar sentir la presión, pero tú sales al campo y como si de tomar agua se tratara, anotas, asistes, bajas rebotes y registras triple-dobles con una facilidad espantosa.
La tarea es simple, jugar baloncesto, sea quien sea el rival, sea cual sea la cancha. No titubeas y en tus primeras finales rompes récords en ráfaga.
Nikola Jokic se convirtió en el segundo jugador en debutar con un triple-doble en Finales desde Jason Kidd en 2002 contra los Lakers. Con sus 14 asistencias ante Miami Heat logró un nuevo hito, es la mayor cantidad de pases de canasta para un pivot en la historia de las Finales de la NBA.
Además, es el cuarto en registrar un partido con 25/10/10 y más de 60% en tiros de campo en un partido de series donde se decide el campeón de la liga. Solo Jimmy Butler, LeBron James y James Worthy lo habían logrado previamente.
Jokic no se cansa de entrar en los libros de récords del mejor baloncesto del mundo. Con su línea estadística se unió a Larry Bird y LeBron James como los únicos con más de 450 puntos, 200 rebotes y 150 asistencias. Escandaloso.
También, junto a su compañero Jamal Murray, entró a un selecto grupo de cuatro jugadores que registraron 25/5/10 en su primer partido en Finales. Los otros dos fueron Michael Jordan (36/8/12) y Russell Westbrook (27/8/12).
Suena el silbato del árbitro, escuchas el estruendo del Ball Arena, el público vuelve a corear “MVP”, sonríes tímidamente. Buscas entre la multitud a tu hija y le haces vuestra seña identitaria, esta vez sonríes de alegría, esa que solo conocen los padres cuando ven feliz a sus hijos.
Te ajustas el abrigo, el tirante izquierdo de tu camiseta está un poco mojado porque tiendes a secarte el sudor con ese parte, pero no importa, sabes que el trabajo por hoy terminó.
Tus compañeros te felicitan, el coach te dice que mañana hay entrenamiento temprano y que no han ganado nada aún, faltan tres victorias más, suspiras, miras al suelo y tu cara vuelve a transformarse, como si tuvieras un maquillaje emocional para este tipo de momentos. Tomas el túnel directo al vestuario y respondes preguntas a los periodistas en la zona mixta.
Así culmina la noche, mañana volverás a atar tu anillo de bodas a los zapatos, tu playera volverá a estar sudada en la parte izquierda y como si de tomar agua se tratase, volverás a registrar un triple-doble.