Toronto-CANADA. Los Seattle Mariners se despiden de una gran temporada, de un sueño que parecía más cerca que nunca. Acariciaron lo que pudo haber sido su primera clasificación a la Serie Mundial, pero un solo swing cambió el rumbo de la historia.
El béisbol, ese deporte que puede llevarte del cielo a la tierra en un minuto, ofreció una muestra perfecta de su crueldad y belleza. El grand slam de Eugenio Suárez en el quinto juego había encendido la esperanza, pero el cuadrangular de George Springer en el séptimo fue el golpe que apagó la ilusión. De la euforia a la tristeza en cuestión de segundos, así de caprichoso puede ser el destino en este juego.
Fue precisamente ese batazo de Springer, un cuadrangular de tres carreras en la séptima entrada, el que rompió el silencio del Rogers Centre y terminó arrebatándole a Seattle el sueño. Un golpe seco, uno de esos que tardan en olvidarse, porque detrás de ese swing había meses de entrega, crecimiento y una ciudad que volvió a creer.
Un final muy injusto para Eduard Bazardo, quien tuvo una gran temporada y que duele ver cómo en su última actuación recibió uno de los batazos más dolorosos que haya sufrido la organización —tal vez el más duro en su historia.
La labor de George Kirby
El abridor George Kirby fue sinónimo de temple. Lanzó cuatro entradas en las que permitió solo una carrera, con cuatro hits, una base por bolas y tres ponches. Dejó el montículo con la sensación de haber cumplido, de haberle entregado al equipo una oportunidad real de ganar.
El relevo que se complicó
Bryan Woo tomó la bola en la quinta entrada y, aunque tuvo buenos momentos, el descontrol comenzó a aparecer hacia la sexta. La tensión del juego siete, el escenario y el peso de la historia fueron acumulándose hasta que Eduard Bazardo entró a apagar el fuego.
Había sido un pilar durante toda la temporada y un ejemplo de consistencia en la postemporada, pero el destino no siempre es justo: fue él quien terminó recibiendo el cuadrangular de Springer que definió el encuentro.
Los pilares del alma marinera
En medio de la derrota, hubo nombres que nunca dejaron de brillar.
Julio Rodríguez, rostro y corazón de esta franquicia, volvió a tomar las riendas del equipo desde el primer momento. Marcó el ritmo con su energía, su liderazgo y su bateo, sumando una anotada y un cuadrangular que adelantó a Seattle en el marcador.
A su lado, Cal Raleigh, la voz y el pulso del club, volvió a demostrar por qué es uno de los pilares de esta organización: defensivamente impecable y con un cuadrangular que, por un instante, pareció sellar el pase histórico a la Serie Mundial.
Un cierre con esperanza
Los comentarios sobre si las decisiones de Dan Wilson fueron las correctas no se han hecho esperar. Todos somos grandes managers con el marcador finalizado, y las dudas, los “¿qué hubiera pasado si…?” acompañarán a este equipo durante todo el invierno.
Pero lo que no deja espacio a la duda es el orgullo. Este equipo ha crecido, ha aprendido a competir, a creer y a jugar partidos importantes.
Barrer a Houston para quedarse con el banderín divisional, superar a Detroit en cinco juegos para avanzar a la Serie de Campeonato, y forzar un séptimo y decisivo encuentro, son señales del enorme progreso de la organización.
Aún falta ese último paso, el más difícil, el que separa la historia del mito. A veces es cuestión de suerte, otras de destino… pero los Mariners están más cerca que nunca.
La temporada 2025 quedará marcada no solo por lo que faltó, sino por todo lo que se construyó, convirtiéndose en el mejor año de la franquicia desde su fundación en 1977.
Seattle se marcha con la frente en alto. Porque cada paso, incluso los más dolorosos, acerca un poco más al objetivo.
La Serie Mundial no llegó esta vez, pero el sueño sigue vivo: en cada fanático, en cada jugador y en cada esperanza que volverá a renacer con la próxima primavera.
Miguel Riera
Marineros al Día
